El reciente triunfo electoral de Lula da Silva en Brasil detonó diverso tipo de análisis y reflexiones en torno a las posibilidades concretas de volver a recrear el espíritu crítico y transformador que atravesó a nuestra región hace casi dos décadas.
En este sentido, en los últimos días cobró trascendencia una carta pública firmada por ex presidentes, intelectuales y legisladores convocando a los actuales mandatarios sudamericanos a poner en marcha nuevamente el proyecto de una nueva Unasur, que nació en 2008 y que se mantuvo activa hasta cerca de una década después.
Es preciso tener en cuenta que la Unasur fue planeada en un momento clave en el desarrollo de Sudamérica, cuando potencias extraregionales como China y Rusia iniciaron deliberadamente un acercamiento con la región a fin de ocupar espacios que había relegado Estados Unidos en su interés por otras áreas geográficas del globo, principalmente, los mercados petroleros de Medio Oriente.
Con China como principal locomotora del bloque regional, en gran medida, la Unasur fue exitosa, en parte, porque se convirtió en una extensión de los planes de desarrollo impulsados desde Brasil, con un decisivo acompañamiento de los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela, y de Néstor Kirchner en Argentina.
Con una visión geopolítica como hacía muchos años que no se daba en la región, hubo una propuesta concreta por llevar a cabo distinto tipo de transformaciones estructurales con un fuerte impacto en términos comerciales y, más ampliamente, económicos.
Así, el trazado de nuevas rutas, vías férreas y puertos capaces de repensar una región en términos bioceánicos y con una proyección al Asia Pacífico, se convirtió en la base sobre la que luego se montarían distintos proyectos de articulación de políticas públicas en diferentes áreas, como la defensa, la educación superior, la cultura, la economía y la salud.
Pese al poco tiempo transcurrido desde entonces, hoy los términos parecen ser diferentes, ya que no sólo se ha fortalecido la rivalidad entre Estados Unidos y China, a quien ya nadie califica como “potencia emergente”. Por otro lado, Rusia mide fuerzas con los países de la OTAN en un conflicto, y en un contexto de sanciones, que tiene en vilo a Europa y a buena parte del mundo. Y en el medio, los efectos de la pandemia y, todavía más, de la crisis ambiental y del cambio climático, se han convertido en los principales puntos de discusión por la supervivencia del planeta.
En nuestra región también pueden percibirse cambios de importancia: probablemente, el principal es que Colombia dejó de ser el foco de conflicto excluyente como sucedía hace década y media cuando gobernaba Álvaro Uribe. Por otra parte, debe señalarse la continuidad de gobiernos de izquierda, en el caso de Venezuela, y el sostenimiento de un ideario progresista en el caso de Argentina, Perú y, más recientemente, también en Chile. En tanto que la novedad será el regreso de Lula al poder en 2023.
Así, un nuevo proyecto en torno a la Unasur necesariamente deba tomar en cuenta todos estos cambios y transformaciones que, de manera inevitable, impactarán en su propia dinámica política e institucional.
En este sentido, y si bien Brasil es el país con mayor proyección en toda la región, probablemente hoy debe contemplarse una participación política más equilibrada de varios de sus miembros, lo que podría darle mayor sustentabilidad futura a este bloque regional, sin depender pura y exclusivamente de un único actor con un claro peso económico.
De igual modo, y por el asedio de lo que será la nueva oposición política ligada a Jair Bolsonaro, seguramente el gobierno de Lula tenga mayor número de limitaciones y condicionamientos a la hora de imponer una política exterior autónoma y soberana. Por este motivo, la Unasur podría ser un mecanismo estratégico ya no sólo para proyectar a Brasil a la región sino para que la región apoye al gobierno de Lula en lo que será una inevitable guerra de desgaste con los sectores de la derecha más dura. Un escenario similar al que hoy se vive en Perú y que podría replicarse también en otros países sudamericanos con una oposición cada vez más radicalizada y antidemocrática.
El bloque sudamericano debería superar también la pretendida rivalidad que se estaría instalando entre quienes defienden a un modelo supuestamente más “neutro” y consensual, como es el caso de la Celac, y quienes pretenden un bloque con mayor contenido político. En realidad, ambos proyectos son necesarios: no sólo no compiten entre sí, sino que son complementarios en cuanto a ideas y proyectos.
En términos concretos, hasta se podría afirmar que hoy la Unasur es todavía más necesaria de lo que lo fue en el pasado. La preservación en común de recursos naturales vitales para toda la humanidad, el cuidado del agua y de la Amazonía, el control de la explotación y utilización del litio, etc. constituyen aspectos centrales que deberían definir un sentido específico de “lo nuestro” frente a aquellas potencias que trabajan, visible o encubiertamente, con un objetivo de apropiación y de explotación.
En este sentido, la Unasur debería recrear un ideario sudamericano que, con una visión estratégica y teniendo en cuenta las actuales condiciones geopolíticas, sea capaz de plantear límites claros a los Estados Unidos y al Reino Unido, favoreciendo de otro modo un multilateralismo cada vez más imperioso para la propia supervivencia del planeta. Sería altamente redituable, incluso, una creciente articulación entre la Unasur y los Brics, según un modelo que resulte redituable para todos los actores involucrados.
Con todo, el principal problema de la Unasur, como ya se ha podido verificar, no tiene que ver con su armado institucional ni tampoco con sus mecanismos y dinámicas internas, las que con consenso y sentido práctico siempre pueden ser modificadas.
Hoy el principal desafío de la Unasur tiene que ver con sus posibilidades concretas de permanencia a lo largo del tiempo, más allá de cambios de gobierno y de transiciones hacia nuevas etapas en la vida política de nuestra región. En otras palabras, la apuesta será la de sostener a través de pactos y de acuerdos, y de aquí para el futuro, la pertinencia y la necesidad de una organización de estas características, más allá de las críticas y revisiones que puedan realizarse más adelante.