Era el artista de los afectos, de las cosas simples, de las amistades duraderas e inquebrantables, de la reivindicación de los más humildes, el que amaba la buena lectura, el buen cine y la buena música.
Todo eso se refleja en el Museo Leonardo Favio (12 de octubre al 400, donde termina Avellaneda y comienza Dock Sud), en el edificio municipal “Leonardo Favio’’ donde también funcionan la radio municipal, el IDAC (Instituto de Artes Cinematográficas) y UNDAV audiovisual.
El universo Favio reunido en el museo de Avellaneda. (Fotos: Florencia Downes)
Ese espacio que nació en el 2017 reúne cientos y cientos de objetos entregados por la familia del gran multiartista: discos, cds, latas de películas, vhs, dvds, su biblioteca entera, ropa, fotografías, dibujos, partituras, minutas de filmación, muebles. En fin, su vida, desde que nació el 28 de mayo de 1938 en Las Catitas, a 90 kilómetros de la ciudad de Mendoza, por la ruta 7, camino a San Luis.
Cuando no era Leonardo Favio, ni siquiera Fuad Jorge Jury -su verdadero nombre- sino el Chiquito. En esa infancia que lo marcó a fuego -ya que como él mismo decía “amigos, realmente amigos, fueron los de mi niñez”-, está la explicación del hombre que deslumbraría con su arte y sus ideales.
El Chiquito de Las Catitas
Cuando Fuad nació, los habitantes de Las Catitas eran muchísimos menos que los 6.000 de hoy. Sus padres, Laura Favio (actriz) y Jorge Jury Atrach (de origen sirio-libanés), eran muy jóvenes, casi adolescentes. Vivían en un barrio pobre y difícil, más si se tenían dos hijos pequeños, Fuad Jorge -”Chiquito”- y Jorge Zuhair -”Negro”, el mayor-. Entonces se mudaron a Luján de Cuyo, sobre la polvorienta calle La Costa, hasta que papá Jorge armó su bolso, dejó a esposa y sus dos hijos librados a su suerte, y se marchó.
El Chiquito y el Negro volvieron a hacer nuevos amigos cuando fueron acogidos en lo de los abuelos maternos, Pilar e Ibrahim, en una calle sin salida -Ortíz- en el Gran Mendoza. Una casona de adobe y piso de tierra en la que también vivían la bisabuela Genoveva y la tía abuela Berta. “Fue la época que marcó mi forma de ver la vida”, dijo varias veces Favio.
Pero una vez más la felicidad fue efímera. Pilar e Ibrahim se separaon, su madre Laura decidió viajar a Buenos Aires con el Negro para tratar de concretar su sueño de ser actriz y Chiquito se quedó en Mendoza. Tenía apenas seis años.
Para su hermano mayor la cosa tampoco fue fácil; mamá lo ubicó en el Hogar El Alba, en el sur del conurbano bonaerense, al que los pibes volvían a dormir cuando salían de la escuela y donde tenía un régimen quasi carcelario. Una fuente de inspiración para loa que sería “Crónica de un niño solo” (1965). la ópera prima de Favio.
@agenciatelam Desde 2017, el Museo Municipal Leonardo Favio de Avellaneda reúne infinidad de objetos que pertenecieron al cineasta, músico, actor y militante. Es un espacio único en su tipo y que permanentemente incorpora más y más objetos de sus 74 años de vida. Aquí, un paseo por el Museo y el relato de la infancia del ídolo, cuando Favio era simplemente Chiquito. #telam #noticias #entretenews #leonardofavio #favio #museo #avellaneda ♬ sonido original AgenciaTelam
Al cumpllir los ocho años, el Chiquito también dejó Mendoza pensando que iba a compartir habitación con el Negro en El Alba.
La desilusión fue enorme cuando comprobó que estaban en alas distintas del Hogar y que sólo se encontraban los fines de semana cuando Laura iba a visitarlos. Ella decía que prefería que estuvieran ahí y no callejeando o pidiendo limosna en la estación Retiro.
Solo un año compartieron los hermanos en El Alba, donde también hubo momentos de alegría cuando Perón asumió como presidente. Además de los días de fiesta y la colonia de vacaciones, Chiquito nunca olvidó el momento en que “Botón Tolón” se cruzó en su vida. Fue uno de los regalos que enviaba Evita a los chicos más humildes.
“En el hogar El Alba leí mi primer libro,’ Botón Tolón’, de Constancio VIgil. Para Navidad y Reyes ponían grandes cajones con regalos y podías elegir uno. Había pelotas de fútbol, juegos como el ludo, cuentos, muñecos, ese tipo de cosas. Yo elegí un libro”. Tolón era un botón que llegó a la Argentina en una caja desde Francia junto a otros once “hermanitos” botones pero en nuestro país fue separado de ellos.
Casi una alegoría familiar para Favio.
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Y si los hermanos se deslumbraron con la llegada de un libro a sus días, alucinaron cuando en el hogar se filmó una película en homenaje a William Morris -fundador de El Alba-, producida y actuada por Narciso Ibáñez Menta, “Cuando en el cielo pasen lista”. Vieron cámaras, actores y hasta les sirvieron chocolate. Años más tarde tanto el Chiquito como el Negrito Jorge encontrarían en la escritura y el cine su profesión.
Meses después el Negrito volvió con sus tías a Mendoza. Chiquito no soportó quedarse solo y al cumplir los diez años se escapó de El Alba para buscar a su mamá en la pensión donde vivía, en el centro porteño. Al encontrarla se enteró de que tenía un nuevo hermanito -Horacio- y si bien ya no volvió a El Alba, entró como pupilo al Colegio Don Bosco, de la orden salesiana. Pero, claro, un chico como el Chiquito no podía durar mucho tiempo en un internado.
Sin suerte en Buenos Aires ni con su nueva pareja, Laura y sus hijos volvieron a Mendoza. Pero como no podía hacerse cargo de todos, los mayores -Negrito y Chiquito- quedaron en el hogar Casa del Niño, del Patronato de Menores. Al menos ahí iban a dormir. De día, Chiquito se la pasaba en la calle con quienes serían los “amigos para siempre” ya que como contó más arriba, “amigos, realmente amigos, fueron los de mi niñez”: Juan Bordón, el Negro Cacerola, el Cachito Morales, Raúl Di Marco y el Cacho Tamís.
De los doce a los dieciséis fueron cuatro años en los que caminó por la delgada línea de lo prohibido: cuando tenía 14 tuvo su primera foto en un prontuario policial, sospechoso de haberse quedado con algo ajeno. En esos años tomó con indiferencia la temprana muerte de su padre, Jorge, a los 33. Entonces también fue por primera vez al cine -con su abuela Pilar- a divertirse con “Rintintin”. Y, un poco más grande, fue con su mamá a ver “Rashomon”, una de las joyas de Akiro Kurosawa, que le abrió la cabeza.
Muchos años después, cuando su hijo era todo un ídolo, en un reportaje Laura recordaría aquella infancia: “Leonardo era un chico muy alegre. No como el Negrito, que fue siempre mucho más maduro. Pero cambió cuando me tuve que separar de mi marido… Aparentemente seguía igual. Me abrazaba, me besaba… Se me pegaba más todavía. Pero yo me daba cuenta de su dolor”.
Y fue su madre la que lo introdujo definitivamente en el mundo de la actuación. Laura había montado una pequeña compañía de radioteatro y pronto tuvo su primer éxito: “La fierecilla acorralada”, con guion y dirección de la madre, y su hijo como protagonista.
Ya nunca más sería el Chiquito. Había nacido Leonardo Favio. Pero esa es otra historia.