Elías Martins Ramos vive en la rampa del Banco Itaú, sobre la avenida Paulista, a metros del parque Trianon. Es la expresión del desamparo. Tiene una edad incierta, pero asegura que llegó hace cuarenta años desde Minas Gerais. Cinco perros lo acompañan en la cotidiana amargura de ver cómo pasan las horas a la intemperie. Dice que perdió los documentos y que su condición se agravó con la pandemia. Es uno de los 31.884 moradores da rua (o sin techo) de esta ciudad, según estadísticas oficiales de 2021. Pero pueden ser muchos más. El hombre de barba blanca, gorro de lana y mirada perdida está rodeado de un paisaje de rascacielos, shoppings, bares y el vecino MASP (Museo de Arte de San Pablo. Punto de reunión clave de las movilizaciones políticas en este centro financiero que convive a los tumbos con la indigencia absoluta de los caídos del mapa.
La gente en situación de calle expone un problema social que desnuda a todos los gobiernos que pasaron en las últimas décadas por la capital del Estado. Cuando su alcalde (intendente) era el empresario João Doria del PSDB, a los moradores da rua se los solía despertar con chorros de agua. Había creado un programa llamado Ciudad Limpia y tal vez creía en el espíritu purificador de su medida. La misma que proyectó con otra idea que anunció y nunca llegó a implementar. Quiso alimentar a los indigentes con un producto en polvo fabricado con alimentos a punto de caducar, de descarte. Se llama farinata y en 2017, cuando Doria hizo su propuesta, hasta le pareció bien al cardenal y obispo de San Pablo, Odilo Scherer.
Paisaje desangelado
En el perímetro del parque Trianon, un pedazo de mata atlántica en el corazón paulista, decenas de carpas están pegadas una al lado de otra, sobre la vereda. Un móvil policial completa la imagen a la entrada de este vergel que se inauguró el 3 de abril de 2022. Pasaron 130 años y uno más de la apertura de la avenida Paulista. Espacio verde y vía de comunicación emblemática que a comienzos del siglo XX era el paseo de la high society local. Hoy se observa un paisaje desangelado, con las cicatrices urbanas del abandono.
Una corta caminata permite observar cientos de Elías, la mayoría hombres en situación de calle, rodeados de mantas, cubiertas de plástico, restos de comida y carpas donadas por instituciones benéficas, una alineada junto a la otra y algunas a la sombra de los árboles.
En ese lugar hay niños sin horizonte de vida que caminan entre la multitud en esta capital lluviosa y húmeda. A la noche se los ve deambular descalzos, con los ojos saltones y su piel morena a la búsqueda de un pedazo de comida. Son la cara más cruel del mapa de la FAO al que volvió Brasil en 2021 durante el gobierno de Bolsonaro. Siete años antes, en tiempos del Partido de los Trabajadores, había abandonado esa estadística del hambre. Hoy son 33 millones de brasileños los que no pueden alimentarse adecuadamente.