Hoy nuestras Abuelas de Plaza de Mayo cumplen 45 años y nuestra democracia está a punto de cumplir 40. Sin duda, la lucha es el valor insoslayable que impregna el periodo democrático más largo de nuestro país. Ahora, ¿se pueden disociar estas cuatro décadas de la historia de nuestras Abuelas? Su lucha, como la de las Madres de Plaza de Mayo, se presentó como una ruptura de lo que hasta el momento se conocía como actores protagónicos de las resistencias y protestas a los periodos más oscuros de nuestra historia. Una frase que suelen repetir es que sus hijos “las parieron” y esta reflexión demuestra que en nuestra historia la transmisión entre generaciones se dio por primera vez a la inversa.
Ellas, ejemplos de dignidad para la Argentina y el mundo, que cuando una dictadura asesina les arrebató lo que más amaban, supieron sacar de ese dolor inconmensurable la fuerza necesaria para enfrentar al terror y emprender una búsqueda que jamás abandonarían. Ni en los momentos más difíciles, cuando en soledad resistían contra la incertidumbre y la impunidad, cedieron ante la desesperanza y al deseo de venganza. un largo camino sin renunciar a sus convicciones, acompañadas por el amor de un pueblo que las abrazó y las consagró como un símbolo de nuestra democracia.
La búsqueda también necesitó de estrategias y de colaboración para denunciar ante ellas la identificación de esos posibles niños y niñas que vivían en familias que ocultaban su origen. No estuvieron solas, las acompañaron grandes personalidades como Víctor Penchaszadeh, médico genetista exiliado que recibió la demanda de las Abuelas para ver cómo podían identificar a sus nietos a través de la genética y fue quien creo el primer índice de abuelidad.
Desde sus orígenes, las Abuelas de Plaza de Mayo también concibieron su lucha en clave de derechos. Cuando ellas mostraron y comprobaron al mundo la perversidad del delito de apropiación, esto se hizo eco en la incorporación de los artículos 7, 8, y 11 en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, aprobada por las Naciones Unidas en 1989. Además, el aporte de ellas a la concientización del derecho a la identidad hizo posible que el Estado argentino creara en 1992 la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI) para impulsar la búsqueda de esos niños y niñas desaparecidos y apropiados durante la dictadura. Hoy, además, a través de su programa Nacional sobre el Derecho a la Identidad Biológica, tiene la misión de atender la problemática de la vulneración del derecho a la identidad también para casos no vinculados a los crímenes de lesa humanidad.
El periodo de más encuentros de abuelas con sus nietos y nietas se da también en un momento de revisión histórica y de reparación integral a las víctimas. Fue a partir del 2003, con la llegada de Néstor Kirchner y Cristina. Ellos construyeron políticas públicas tomando los derechos humanos como pilares fundamentales de ese nuevo periodo.
Hoy, gracias a nuestras queridas Abuelas, somos muchos quienes podemos caminar por la vida conociendo nuestra verdadera identidad, pero hay muchos más que caminan sin saber su historia e ignoran que sus padres fueron asesinados o desaparecidos por esa última dictadura. Tenemos que comprometernos todos y todas con esas apropiaciones que todavía continúan. La labor de Abuelas no solo repara a quienes pudimos conocer nuestra historia, sino también al conjunto de la sociedad porque mientras haya una persona con su identidad vulnerada, pone en duda la identidad de todos y todas.
Esta es una lucha que nace desde el amor de una madre y abuela y que hoy se convierte en un amor colectivo hacia ellas.
Por Horacio Pietragalla Corti, secretario de Derechos Humanos de la Nación, recuperó su identidad en 2003.