Elvira saluda a su mamá y sale por el barrio a buscar a su perro. En el camino se cruza con amigas y amigos: Manu juega en la vereda mientras su papá sostiene un bebé y su mamá arregla el auto; Marce –que es la capitana del equipo de fútbol– está junto a su abuelo que la cría; y después aparece Julio con sus dos mamás. En dos minutos, esta animación de la serie Elvira, del Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual bonaerense, pone en primer plano y reconoce una realidad que aún necesita ser visibilizada: hay muchos tipos de familias, una gran diversidad que contrasta con la construcción social y cultural que configuró y sigue validando un solo modelo hegemónico “ideal”.
La familia conyugal y heterosexual se impone: una madre y un padre con hijas e hijos, y con roles de género claramente delimitados, atravesados por estereotipos. El varón como proveedor de los ingresos económicos por medio del trabajo fuera del hogar, y la mujer como garantía de asegurar las tareas domésticas, la crianza y el cuidado.
Sin embargo, en los últimos años, una serie de leyes han ayudado a que a miles de personas que se salían de “la norma” les resulte más fácil formar una familia. El matrimonio Igualitario, la ley de identidad de género, la ampliación de la cobertura de técnicas de reproducción asistida y la modificación del Código Civil y Comercial que, entre otros avances, amplió la adopción de niños, niñas y adolescentes a cualquier persona mayor de 25 años.
Así, se pudo empezar a hablar cada vez más de familias “en plural”. Por ejemplo, madres solteras o separadas, padres solteros o separados, personas mayores que viven y crían a sus nietas o nietos, familias LGBTIQ+ que deciden adoptar o utilizar técnicas de fertilización; familias monoparentales, poliamorosas, homoparentales y otras tantas formas posibles de la experiencia familiar.
Sin embargo, a pesar de que tienen todos los derechos por ley, las familias diversas todavía no gozan de una igualdad real. Muchas viven sistemáticamente situaciones de discriminación y se enfrentan a barreras sociales y culturales.
Siempre que hablemos de familias diversas lo hacemos en oposición a un parámetro establecido, es decir: una familia nuclear, conyugal y heterosexual, que no es un dato de “la naturaleza”, sino que ha sido una construcción social, cultural e histórica. Esta es la razón por la que cuesta tanto hablar de familias en plural y poder entender que hay otras configuraciones posibles, que en realidad siempre han existido pero estaban invisibilizadas.
Aún persiste el mandato social de lo que debería ser una familia y esto es problemático, porque allí también se sostiene una división sexual del trabajo: varón proveedor y mujer ama de casa. En este supuesto de familia única y “normal”, todo lo que se corre de esa noción se juzga como “anormal”. Pensemos, por ejemplo, la forma en que se estigmatiza a las madres solteras o la discriminación que sufren muchas familias LGBTIQ+, como las comaternales o las que tienen un integrante trans. Sentenciar y juzgar al resto debido al mandato de la familia nuclear puede dañar a muchas personas y hasta atentar contra sus derechos y libertades.
Para los organismos internacionales que defienden los derechos de los niños, niñas y adolescentes, la familia se define como el ámbito donde se encuentran afecto, cuidados y protección. En este contexto, ya lo genético o lo sanguíneo no son variables determinantes para establecer qué es una familia, y así los vínculos, lo relacional, es lo que toma protagonismo.
En paralelo, incluso en el sistema educativo todavía hay un gran ocultamiento de los nuevos modelos de familia: desde cómo se arman los formularios de inscripción pasando por la falta de bibliografía específica y el esquema que se replica en los actos escolares. En muchos colegios, las familias de padre y madre heterosexuales se siguen mostrando casi como el único modelo, a pesar de los contenidos de la Educación Sexual Integral (ESI).
Respecto a los roles, las mujeres desde siempre han trabajado en el ámbito público, pero aún así siguen siendo las que se ocupan mayoritariamente del trabajo doméstico y las tareas de cuidados que no son remuneradas. Sin dudas, esto está cambiando, pero sin dudas también necesita cambiar más. Hagámonos esta simple pregunta: ¿Las tareas domésticas se distribuyen de manera igualitaria en nuestros hogares? ¿Quién lava la ropa? ¿Quién cocina? ¿Y quién plancha y guarda la ropa? ¿Quién hace las compras? ¿Quién hace la lista de lo que hace falta comprar? ¿Quién organiza la casa?
Por todo esto creemos que es tan importante que las capacitaciones en Ley Micaela incluyan la manera en que vivimos en familia, para reflexionar y hacer de ellas lugares para promover la igualdad de género, democratizar el trabajo doméstico y de cuidado desde una corresponsabilidad en la crianza, y estimular cambios en los procesos de socialización, involucrando de manera justa a todos los géneros y generaciones.
**Vera A. Reynoso es promotora territorial de género y coordinadora de talleres de la Fundación Micaela García “La Negra”
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Junto a la Fundación Micaela García “La Negra”, Télam presenta una serie de artículos que buscan concientizar y sensibilizar sobre las violencias contra las mujeres y diversidades, y promover la igualdad entre los géneros.