El trío de la madre, pareja y personaje central, es decir Tenenbaum, Almeida.y Presta.
Sebastián Presta encabeza «Mi madre, mi novia y yo», de Mechi Bove, una comedia de tinte televisivo que añade el subtítulo «¡Basta, mamá!», que se sostiene sobre todo por la actuación del trío protagónico, que completan Victoria Almeida y una apabullante Graciela Tenembaum, en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza.Los primeros minutos del espectáculo hacen temer lo peor: el armado de un arbolito de Navidad, el diálogo entre un hijo cuarentón y su abusiva madre más un cortocircuito provocado por la mujer, que deja a oscuras el departamento en que viven, no parecen el punto de partida más adecuado para una comedia que busca la risa de principio a fin. La anécdota es demasiado trivial.Sucede que el tema navideño tiene vigencia durante las semanas previas al 24 de diciembre de cada año, pero desde el día 25 se vuelve rancio, tanto sea en teatro como en cine -Hollywood lo sabe muy bien- y este caso no es la excepción; la excusa es reunir por primera vez a esa pequeña familia con la pareja del muchachón, una compañera de trabajo que utiliza el lenguaje inclusivo y tiene muy suelta la lengua para manifestar su puesta al día con la realidad.El hijo (Presta) es un neurótico que vive con su madre (Tenembaum) desde que nació, fue víctima de un padre autoritario y planea conformar una familia ensamblada junto a su pareja (Almeida) y la pequeña hija de esta, pero es un individuo presa de la mentira por los cuatro costados; no puede decirle a su madre sus planes de marcharse de casa ni tampoco confesarle a su novia la dependencia edípica en que vivió cómodamente hasta el momento.Es que la chica, que también supera los 40 (Almeida), es una tromba llena de progesterona enfundada en un modelito ajustado al cuerpo, que es todo aquello que la madre del protagonista detesta; una mujer actualizada y sin prejuicios -o con otros prejuicios-, llamativa por presencia y actitud frontal y, para colmo, de origen hebreo.El choque con la madre no se deja esperar; la mujer mayor se niega a compartir la «propiedad» de su hijo con la intrusa, sino que saca a relucir su batería de preconceptos de clase media en la que se entrecruzan costumbres, credos religiosos y una forma conservadora de ver la vida más cercana a la imaginación que a la realidad.Es entonces cuando la obra, siempre menor, adquiere mayor voltaje y cuando el director Diego Reinhold encuentra mayor oportunidad de lucimiento junto al trío de actores: Almeida entiende a la perfección el perfil de su personaje -sensata y cauta frente a su futura suegra, sensualmente voraz en los momentos de soledad con su pareja- y Presta es un pelele que supone padecer de un asma diagnosticado por su madre, un hombre vencido entre dos fuerzas antagónicas y rodeado de mentiras que trata de ocultar.Sin embargo es Tenembaum la que consigue componer una madre mayormente odiosa, repleta de prejuicios, reaccionaria frente a cualquier postura, ofensiva en sus réplicas, quien gracias a su extenso oficio de comediante puede llevar al espectador del espanto a la ternura, porque en el fondo sabe que la entrada de otra mujer significa la pérdida del único motivo que tiene para vivir.Detrás de su aparente sensatez esconde una vida sombría, de eterna ama de casa, casi iletrada, añorante de un pasado falso, viuda de un golpeador alcohólico que se hacía pasar por hombre recto y al mismo tiempo distanciada por años de una hermana a la que dice detestar: entre las pequeñeces de su vida está el drogar a su perro para que no se moleste con los ruidos de la pirotecnia.La risa que busca en forma constante «Mi madre…» tiene varios colores y en eso residen las posibilidades de su éxito de público: desde el lenguaje desaforado dentro de un diálogo de muy buena trama -que Reinhold dosifica con pericia- hasta los desplantes coreográficos de la madre que intenta opacar el cortejo de los más jóvenes, hasta las referencias freudianas de cajón pero inevitables, que están del otro lado.Hay una parte dramática en el asunto y es el abombamiento del personaje de Presta, ese solterón casi eterno que al parecer está por dejar de serlo, una víctima que está en permanente defensa frente a la lucha de las mujeres, y si bien el actor utiliza esa máscara sufrida que es su característica, se extraña por lógica el diálogo con la cámara que solía tener en ciclos como «The Presta Show» o «Préstico».Eso no invalida un espectáculo para todo público que elude la trascendencia -sin duda, los exquisitos y las exquisitas lo eludirán como pieza auténticamente escénica- pero que en ningún momento cae en la torpeza y contiene situaciones de hipocresía verosímiles y cotidianas, que pueden ser un espejo festejable para quien ocupa una platea.»Mi madre, mi novia y yo» se ofrece en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, Corrientes 1660, los jueves a las 22, los viernes y domingos a las 19.30 y los sábados a las 21.30, con entradas a la venta por Plateanet.