En unas tres horas de vértigo la primera ministro Liz Truss echó a su ministro de finanzas Kwasi Kwarteng, lo reemplazó con Jeremy Hunt, y dio un nuevo giro de 180 grados sobre el presupuesto que viene generando turbulencia en la libra, los bonos soberanos y su popularidad política desde su presentación en el parlamento el 23 de septiembre. Hunt es un thatcherista más moderado, pero este sábado dejó en claro que se venían tiempos difíciles. “Se cometieron errores. Los impuestos tendrán que aumentar. Y vienen otras decisiones difíciles”, dijo Hunt. Cada vez que un conservador habla de “decisiones difíciles”, hay que traducir recortes al gasto social, así que agarráte Catalina. En su primer día en el puesto no quiso hacer más anuncios. Suficiente con las bombas que había lanzado Truss el viernes para ir desmontando el presupuesto más salvaje y nefasto de los últimos tiempos.
Lo que dijo Liz
Truss anunció la eliminación de una de las medidas centrales del presupuesto, verdadero tótem de su ideología ultra-neoliberal: la reducción del impuesto a las corporaciones del 25 por ciento al 19. En el nuevo programa económico, el impuesto que iba a bajar porque era la única manera de impulsar el “crecimiento”, va a subir. La semana pasada había enterrado otro baluarte de la agenda cuando restituyó la banda impositiva para los más ricos que había eliminado para fomentar la inversión.
En una brevísima conferencia de prensa de 11 minutos por la tarde, la primera ministro procuró explicar los cambios y calmar a los mercados. “Necesitamos actuar ahora para dejar en claro nuestro compromiso con la disciplina fiscal. Superaremos la tormenta para lograr el fuerte y sostenido crecimiento para lograr una nueva prosperidad que se extienda por generaciones”, dijo Truss. Las cuatro preguntas que le hicieron –no hubo lugar para más, Truss cortó a los periodistas con un seco, “thank you very much”– se refirieron al mismo tema: ¿puede la primera ministro seguir en su puesto cuando está desintegrándose el presupuesto que ella y su ministro de finanzas diseñaron? Si Kwasi Kwarteng había dimitido, ¿por qué ella no presentaba también su renuncia?
Con tono robótico Truss contestó más o menos lo mismo a cada pregunta. “Estoy decidida a cumplir con las promesas que hice al asumir. Queremos una economía con un alto nivel de crecimiento. Lo que hemos hecho hoy es lo correcto dada las circunstancias que enfrentamos. Actué con determinación para tener una economía estable que es vital para las empresas y la gente”, dijo Truss.
Más que el desplome de la libra y los bonos, más que el aumento de las hipotecas, la nueva caída del nivel de vida y la incertidumbre generalizada, lo realmente importante era que Liz Truss estaba actuando con “determinación” para cumplir con lo que había prometido.
Cinco ministros en cuatro años
Jeremy Hunt fue canciller y ministro de salud en gobiernos previos y pertenece a una versión más moderada de los conservadores. Es el quinto ministro de finanzas en cuatro años y sucede a Kwarteng que se convirtió en el que menos duró en el puesto en toda la historia del Reino Unido. En 1970 Iain Macleod apenas llegó a los 30 días, pero por otras razones, nada que ver con los mercados o su política: murió de un infarto.
Hunt tendrá que lidiar con cifras que no cierran. La primera ministro reivindicó el paquete de 60 mil millones de libras de subsidio energético a empresas y la población para los próximos seis meses, cifra que aumentaría a 150 mil millones si la situación internacional no cambia radicalmente.
La intervención gubernamental en el mercado energético, que está sucediendo en todo Europa, era urgente en el Reino Unido porque miles de empresas están al borde de la quiebra y decenas de miles de británicos bordeando la llamada “pobreza energética” (gastar más del 10% de los ingresos en gas y electricidad).
La tormenta en los mercados no se debió a este aumento en el gasto sino a que Truss-Kwarteng le habían sumado una reducción impositiva a los más ricos y las corporaciones que abría un agujero fiscal de 60 mil millones a ser cubierto con deuda. Con la eliminación de la reducción planeada para las corporaciones el gobierno cerrará en parte esta brecha aumentando su recaudación en unas 18 mil millones de libras. Con la marcha atrás que dio la semana pasada sobre el impuesto a los más ricos, suma otras dos mil millones de libras. Aún así las cuentas siguen sin cerrar: hay un agujero de 40 mil millones de libras.
En el texto que leyó en la conferencia de prensa, Truss prometió ajustar el gasto público sin dar mayores precisiones. “Vamos a hacer lo necesario para controlar la deuda a mediano plazo en relación a nuestro PBI. Vamos a controlar el tamaño del Estado para que el dinero del contribuyente esté bien gastado. Nuestro sector público va a trabajar con más eficiencia para suministrar servicios de primer nivel mundial. Y el gasto público va a aumentar con menor rapidez que la que planeábamos”, dijo la primera ministro.
No hay tiempo de más
El plan completo será presentado el 31 de octubre por su nuevo ministro Jeremy Hunt acompañado de una evaluación del independiente y autárquico Office for Budget Responsability (Oficina de Responsabilidad Fiscal). Los 17 días que quedan hasta esa fecha serán un calvario para el gobierno.
La respuesta de los mercados a las palabras de Truss este viernes no es alentadora: cayó la libra y aumentó el interés por la emisión de los bonos soberanos. Lejos de calmar las aguas, la escueta conferencia de prensa de la primera ministro y su desempeño robótico las revolvieron aún más. ¿Cuánto tiempo le queda a Truss para enderezar el rumbo?
No mucho. Los mercados financieros tienen algo de perro rabioso cuando visualizan una presa frágil: no paran hasta la destrucción. Sucedió en 1992 con la estrepitosa salida de la libra del mecanismo de intercambio europeo: no va a ser diferente ahora. A nivel político, en sus propias filas, varios diputados conservadores evaluaron después de la “conferencia de prensa” por Twitter que Truss la había embarrado nuevamente. Es posible que más temprano que tarde Truss acompañe a Kwarteng en el podio de los funcionarios que menos tiempo ocuparon su puesto. En su caso podría tener el consuelo de un título cuasi monárquico: Liz la breve.