Desde Roma
Joseph Ratzinger, el Papa emérito Benedicto XVI, que falleció este sábado a los 95 años, era un teólogo reconocido, no buscaba el poder y era modesto, según uno de sus biógrafos. Pero pese a todo debió enfrentar no pocos serios temas en el Vaticano durante su papado y antes, a nivel de las finanzas vaticanas, los abusos sexuales de parte de miembros de la Iglesia y la Teología de la Liberación nacida en América Latina.
Benedicto XVI “nunca ha buscado el poder. Se sustrajo al juego de las intrigas dentro de Vaticano. Conducía siempre una vida modesta. El lujo estaba lejos de él y un ambiente con comodidades superiores a lo estrictamente necesario le era completamente indiferente”, escribió el biógrafo del Papa emérito Peter Seewald que pasó con él muchas horas de charla. Era “un pensador radical, un creyente radical que pese a la radicalidad de su fe no tomaba la espada sino otra arma más potente: la fuerza de la humildad, de la semplicidad, del amor”, destacó Seewald.
Cuando en 2005 fue elegido Papa, como gran teólogo que era considerado después de 24 años de trabajo en la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue difícil para los periodistas a veces poder reproducir sus discursos o sus mensajes, escritos más bien para expertos que para el público de gente común que lo seguía. Pero poco después él y su equipo se dieron cuenta y el lenguaje cambió pero no los contenidos, siempre de alto nivel teológico y filosófico.
Y siendo Papa debió enfrentarse con numerosos problemas dentro de la Iglesia. Uno de ellos, tal vez el más más grave, fue el de los abusos sexuales de menores. Sobre todo porque él había sido la máxima autoridad de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981, nombrado por Juan Pablo II. Y a esa congregación llegaban las denuncias de abusos sexuales, siempre que lograran pasar la barrera de la parroquia de origen, del Obispado local y de la Conferencia Episcopal nacional, o bien que el interesado tuviera la posibilidad de hacerlas llegar directamente a Roma. Muchas denuncias sin embargo quedaban en la nada, empantanadas en algunos de estos escabrosos pasajes. A menudo, el obispo trasladaba al cura acusado de abusos a otra parroquia o ciudad, donde sin embargo continuaba con la misma práctica hasta que volvía a ser trasladado. Esto es lo que sucedió con muchos sacerdotes y en particular fue el caso de un sacerdote de la ciudad estadounidense de Boston, Paul Shanley, cuya historia hizo estallar a nivel mundial el escándalo de la pedofilia en la Iglesia en 2002, durante el papado de Juan Pablo II. Años después el Vaticano impartió a los episcopados una serie de medidas a seguir, entre ellas el presentar los casos ante la justicia civil de cada país y no obstaculizar su tarea.
Algunos acusaron a Benedicto de ser uno de los responsables, como un grupo de personas que sufrió abusos de parte de religiosos y que en 2011 presentó documentación ante la Corte Penal Internacional pidiendo que el Papa y otros tres altos prelados vaticanos fueran procesados por crímenes contra la humanidad. Se los acusaba de haber encubierto todos estos abusos. Pero hasta ahora, un eventual proceso quedó en la nada. Y las acusaciones se referían a cuando él había sido arzobispo de Munich y Freising, en Alemania (1977-1981) y cuando había sido prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981-2005) siendo ya cardenal.
Otros escándalos
No obstante todo esto, durante el papado de Benedicto salieron a relucir algunos casos que fueron procesados por la justicia vaticana, como el del sacerdote mexicano Marcial Maciel Degollado, fundador y dirigente de la organización católica conservadora de Los Legionarios de Cristo. La organización había sido fundada en 1941 en México. Maciel fue condenado por el papa Benedicto XVI en 2006 con una suspensión “a divinis” que prohibió toda su actividad religiosa. Maciel murió en Nueva York en 2008. El proceso permitió descubrir no sólo que había violado a unos 60 seminaristas menores de edad sino que tenía al menos dos esposas y cuatro hijos.
Otros escándalos tocaron a Benedicto en sus últimos años de pontificado como el de mayo de 2012, cuando Ettore Gotti Tedeschi, amigo personal de Benedicto XVI y presidente desde 2009 del IOR (Instituto para la Obras de Religion) o Banco Vaticano, fue obligado a retirarse de su cargo por irregularidades en su gestión. Desde hacía un año era investigado por la justicia italiana, junto a otros miembros del IOR, por no cumplir la nuevas normas antireciclaje que regían en Europa.
También lo afectó duramente el llamado Vatileaks que reveló la existencia de importantes conflictos dentro de la Santa Sede. Vatileaks salió a la luz cuando el 25 de mayo de 2012 el mayordomo de Benedicto, Paolo Gabriele, fue detenido y luego procesado por haber sustraído documentos internos y cartas del Papa y haberlos dados al periodista Gianluigi Nuzzi que los publicó en un libro titulado “Su Santidad, las cartas secretas de Benedicto XVI”.
Posiblemente cansado de todos estos escándalos o porque se sentía abandonado o manipulado, Benedicto XVI tomó una decisión insólita, renunció a su cargo en febrero de 2013, a los 86 años, un hecho que no se repetía en la Iglesia desde 1415, cuando renunció al papado Gregorio XII.
Antes de ser Pontífice: la Teología de la Liberación
Dado que tenía una considerable carrera eclesiástica y era un experto teólogo que había enseñado teología durante varios años en varias universidades de Alemania, Ratzinger fue designado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe –hoy llamada Dicasterio de la Doctrina de la Fe y conocida en siglos pasados como Santo Oficio o Santa Inquisición– por el papa Juan Pablo II en 1981. La Congregación es considerada el principal ente vaticano en materia religiosa y teológica ya que controla la orientación que va tomando la Iglesia.
El mundo latinoamericano recuerda particularmente ese período de Ratzinger porque decidió, con el consenso del Papa Juan Pablo II, ponerle barreras a la llamada Teología de la Liberación, un movimiento progresista de teólogos, obispos y sacerdotes que intentaba en América Latina acercar la iglesia a los pobres.
En la década del 1970-1980, la Teología de la Liberación fue acusada por miembros de la Iglesia latinoamericana pero también por las dictaduras latinoamericanas, que entonces reinaban en numersos países, de estar asociadas a las guerrilla, a los comunistas y por eso decidieron combatirla persiguiendo sobre todo a los religiosos que la defendían y habían creado movimientos como los Sacerdotes del Tercer Mundo o los Curas Villeros. Así murieron masacrados varios de ellos como el padre Carlos Mugica, asesinado en Buenos Aires por la organización clandestina Triple A en 1974 y el obispo de La Rioja Enrique Angelelli, asesinado por la dictadura en 1976 con un supuesto accidente de auto.
Y esta alerta roja encendida por los dictadores tuvo también su repercusión en el Vaticano. Así fue como en 1984 y luego en 1986 dos “Instrucciones” de la Congregación para la Doctrina de la Fe, “Algunos aspectos de la Teología de la Liberación” y “Libertad cristiana y liberación” hicieron referencia a la teología latinoamericana condenando varios de sus conceptos. Y la condena llegó incluso a quien –con el peruano Gustavo Gutiérrez– es considerado uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, el exfraile franciscano y teólogo brasileño Leonardo Boff.
Surgida poco después del progresista Concilio Vaticano II (1962-1965), en épocas de Juan XXIII y Paulo VI, la Teología de la Liberación dejó una marca profunda en los cristianos latinoamericanos que empezaron a sentirse más acompañados por la Iglesia y por el Vaticano ya que consideraba a los pobres como personajes importantes. Boff, que según algunas fuentes había sido alumno de Ratzinger cuando estudio Teología en una universidad alemana, fue convocado al Vaticano en 1985, interrogado por Ratzinger y condenado a un año de silencio, perdiendo todas sus cargos editoriales y académicas en campo religioso a causa de sus principios teológicos. Años después Boff abandonó la orden franciscana.
De la Teología de la Liberación casi no se habla ahora aunque con el Papa Francisco, los pobres, los desamparados, los que viven en la calle, los minusválidos, los ancianos, los niños, las víctimas de las guerras, los inmigrantes, comenzaron a estar nuevamente al centro de la atención del Pontífice y en parte de la Iglesia.