“Aún hoy necesitamos tener memoria, conocer la verdad y reclamar justicia. Cuenten conmigo”, aseguró Alberto Fernández en un video que envió a les familiares de los 12 de la Santa Cruz, como se conoce al colectivo de Madres de Plaza de Mayo, parientes, activistas por los derechos humanos y religiosas que solían reunirse en la Iglesia de la Santa Cruz, en plena dictadura, para organizar acciones en pos de reclamar por el paradero de sus seres queridos, secuestrados y desaparecidos, y que sufrieron los mismos delitos en el marco de un operativo que comenzó el 8 de diciembre de 1977 y duró dos días. Esta tarde, el Presidente participará del homenaje a elles, a 44 años de los hechos. Aquel fue uno de los momentos de acecho más feroces de las patotas de la última dictadura. Y fue, también, un tiempo de incipiente organización en pos de la lucha por saber dónde estaban las víctimas, les desaparecides. Un grupito de madres habían comenzado a juntarse en la Plaza de Mayo en abril y, desde allí, a tejer lazos con otras, con hermanes, sobrines, compañeres de personas de las que habían perdido rastro. Los puntos de reunión comenzaron a multiplicarse, sigilosos. En junio y con esa lógica nació el grupo de la Iglesia de la Santa Cruz.El grupo
En uno de los salones de esa parroquia, ubicada en el barrio porteño de San Cristóbal, se reunió periódicamente este grupo impulsado por las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga. Se les sumaron Ángela Aguad, cuyo esposo estaba detenido a disposición del Poder Ejecutivo desde el año anterior, en Chaco; Remo Berardo, cuyo hermano Amado había sido secuestrado en julio de 1977, y Julio Fondevila, que buscaba a su hijo, secuestrado en abril. Patricia Oviedo tenía 24 años y buscaba, junto con su mamá, a su hermano Pedro desde hacía un año. Horacio Elbert, que tenía 28 años, Raquel Bulit y Daniel Horane militaban en Vanguardia Comunista y se habían sumado al grupo para colaborar con su causa. También aportaban en las reuniones las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon, cuyos vínculos con organizaciones políticas y sociales perseguidas por el terrorismo de Estado y tareas en pos de la búsqueda de detenides desaparecides databan de hacía tiempo. La infiltraciónHubo, desde las primeras reuniones, un participante más. Se había presentado en la Plaza de Mayo como Gustavo Niño, pero en realidad era el genocida de la Armada Alfredo Astiz. Así lo recordó la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas durante su testimonio ante el Tribunal Oral Federal 5 en el marco del juicio por la causa ESMA, en 2010: “Hacia junio o julio de ’77 apareció un hombre joven que tendría la edad de nuestros hijos, apuesto y muy deportivo, decía que era hermano de un desaparecido y nos quería traer su testimonio. Caminaba en el medio de nosotras, nos agarraba del brazo, y nosotras éramos muy ingenuas, todavía somos un poco ingenuas”, contó. Por su aspecto el genocida fue apodado “Angel Rubio”. Astiz solía ir a las rondas de la Plaza con “una chica muy pálida, muda, calladita, que presentó como su hermana”, recordó Cortiñas. Esa chica era Silvia Labayrú, detenida desaparecida en al ESMA y obligada a realizar trabajo forzado para sus represores. El objetivo de Astiz era obtener información, sobre todo, de las Madres de Plaza de Mayo: qué hacían, qué acciones organizaban, con quién hablaban. Supo así que, para diciembre, estaban preparando una solicitada. El texto fue publicado en el diario La Nación el 10 de diciembre de 1977. El nombre “Gustavo Niño” figura entre sus más de 800 firmas. Dos días antes, el 8, la patota de la ESMA desplegó el operativo en el que 12 miembros del grupo de la iglesia fueron secuestrados y que duró dos días. Los secuestros Hay versiones que indican que la orden de desaparecer a todo el grupo de la Iglesia buscaba evitar la publicación de la solicitada. Otras sostienen que respondió a una necesidad: “cubrir” a Astiz, que había quedado expuesto por demás. El 8 de diciembre de 1977 en la noche había una celebración en la parroquia; mientras, las Madres Esther y María, la monja Alice Domon, y los familiares y militantes Ángela Auad, Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo estaban reunides para pensar y organizar cómo juntar la plata para pagar la difusión. Fueron de allí secuestrades. El mismo día se llevaron a Remo Berardo de su atelier y a Juan Fondevila y a Horacio Ebert de un café en el Bajo. Dos días después, completaron el grupo: a Azucena la fueron a buscar a su casa, a Leonie Duquet a una capilla de Ramos Mejía. Todes fueron trasladades a la ESMA.
Los vuelos, los cuerposSegún testimonios de sobrevivientes de la ESMA, el grupo permaneció en ese centro clandestino varios días, donde fueron torturades. Pero el caso generó cierta preocupación entre los represores, sobre todo debido a la nacionalidad francesa de las monjas. Es ya harto conocida la foto que les sacaron a las monjas con una pintada de Montoneros de fondo, simulando que estaban secuestradas por esa agrupación. Se pudo reconstruir que el grupo permaneció alrededor de una semana en el centro clandestino, antes de ser incluido en vuelos de la muerte. Los cuerpos de las Madres fundadoras, de Leonie y de Ángela regresaron con las aguas del mar argentino a la costa, a los pocos días de ser arrojados. Fueron enterrados sin identificar en el cementerio de General Lavalle, en una fosa común. En 2015 fueron identificados. Los restos de María y Esther, Leonie y Ángela fueron inhumados en la Iglesia, donde aún hoy permanecen. Los de Azucena están al pie de la Pirámide de Mayo, integran cada ronda que pide por memoria, verdad y justicia.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/388025-quienes-eran-los-12-de-la-santa-cruz