El entrevistado le cuenta cómo operan las ‘cuevas’ de cambio y cuánto pagan de soborno a la Policía de la Ciudad para poder funcionar a plena luz del día. Entre sus vivencias, este estudiante de Ingeniería de la UBA recuerda los conflictos que tuvo con la barra brava de Boca por trabajar en su zona.
Un repartidor circula con su motocicleta por el barrio de La Boca, en medio de la cuarentena obligatoria impuesta por la pandemia. Lleva puesta una campera roja, el casco, y la típica mochila sobre su espalda, con la marca de la aplicación más conocida para hacer delivery en la Ciudad de Buenos Aires: Pedidos Ya. Nadie sospecharía que, en vez de comida, este joven de 24 años debe entregar 3.000 dólares en efectivo, una suma importante para un país sumergido en la crisis económica, equivalente a 25 salarios mínimos bajo el tipo de cambio irregular.
J.T. llega a la dirección indicada, y aprieta el timbre. Un muchacho abre la puerta y, sin mediar palabra, recibe la divisa extranjera. Tras realizar la operación con éxito, el cambista se marcha, cargando una inmensa cantidad de billetes nacionales, despistando a todos con su disfraz. Así es un día cualquiera en la vida de este estudiante de Ingeniería en la Universidad de Buenos Aires (UBA), quien dice romper las reglas para pagar las cuentas.
Desde el último tramo del Gobierno de Mauricio Macri hasta la actualidad, rigen restricciones para que los ciudadanos de a pie adquieran dólares, un sistema conocido como ‘cepo cambiario’: ahora hay un tope máximo de 200 mensuales por persona, y Alberto Fernández elevó el impuesto al 75 % sobre la cotización oficial, para quien decida tener dinero estadounidense de forma legal. Es decir, se encareció muchísimo.
Explicado de forma sencilla, el Estado tiene pocos fondos en moneda extranjera, necesarios para incentivar la producción pero, sobre todo, fundamentales para afrontar la angustiante deuda externa. Por otro lado, los propios argentinos desconfían del peso, y hay una euforia histórica por comprar dólares siempre que sobre algún dinero extra en el grupo familiar, para aguantar la inflación. En medio de esta combinación perjudicial para la economía, muchos recurren al mercado negro y compran de modo irregular, o venden a un valor mayor que el oficial. Esta vía paralela es llamada ‘dólar blue’.
“¡Cambio! ¡Cambio!”
La incursión de J.T. en este circuito se remonta al 2018. Necesitaba cambiar dinero, y fue a la calle Florida, una conocida peatonal del centro porteño repleta de cambistas ilegales, a plena luz del día. “¡Dólar, euro, real! ¡Cambio!”, es su canto típico, mientras intentan atraer a turistas y oficinistas. Se los apoda ‘arbolitos’, porque están parados durante largas horas, como si fuesen árboles. “Yo puedo trabajar de esto, no se ve tan difícil”, pensó nuestro protagonista. Y, al cabo de unos días, cansado de que su currículum sea rechazado por todos los empleadores posibles, ya se lo podía ver ofreciendo divisas de diversos orígenes en las rudas calles de la capital. Era un ‘arbolito’ de 22 años.
Así, cada vez que un vendedor pescaba un cliente, debía llevarlo a su respectiva ‘cueva’. Se trata de una oficina que simula ser un noble estudio jurídico, una escribanía o un centro odontológico, pero que puertas adentro comercializa billetes extranjeros. Este sistema es reconocible a simple vista y requiere el aval de las autoridades. Según el entrevistado, cobran en dólares para mirar hacia otro lado: “Las cuevas pagan a la Policía de la Ciudad entre 1.000 y 1.500 al mes, cada una. Trabajan con alguien pesado, de arriba”.