Dicen que Dios es argentino. Tal vez hace unos días estaba dando una vuelta por Recoleta, vio que un energúmeno peló un arma y evitó que saliera el disparo. También dicen que Dios está en todos lados. Pero en Chile se hizo la rata. O tal vez esto no tenga que ver con Dios, sino con una historia que no terminamos de elaborar, con hechos que no asumimos y con luchas que postergamos una y otra vez. Acaso el error haya sido creer que parte de esta lucha ya estaba ganada y no, bajamos la guardia un instante y nos ganaron por knock out.
Tengo la cabeza llena de ideas, a punto de explotar. Llevo días tratando de escribir este texto, pero sé que una manera de aliviar la angustia es ponerlo en palabras. Las palabras construyen realidades, pero en este caso, es una realidad rara, inesperada, que choca con nuestros anhelos y esperanzas. Empiezo una idea, arranco con otra y así. He probado nuevos espacios y tiempos para escribir, pero todos me resultan incómodos. Sin embargo, no suelto el texto. Sigo. Escribo entre las clases, mi trabajo en PáginaI12 y alguna charla por las redes con amigos chilenos y argentinos. Espacios que se han convertido en estos momentos en lugares de contención.
Necesito hablar, entender una realidad que se va tornando cada vez más dura, abrumadora, incoherente y disociada. Sentí el resultado de la votación del 4 de septiembre como si se hubiera muerto alguien. La derrota es un duelo de nuestra esperanza. La constitución representaba un proceso revolucionario que vimos crecer, alimentar, cuidar, luchar. Era un poco de oxígeno para nuestros cuerpos exhaustos que ya no soportaban las condiciones determinadas por el modelo de un país neoliberal que encontraba su representación en la constitución de 1980. Como lo señala Mario Uribe, “el pueblo de Chile estaba herido, degradado en el registro de la condición humana, rehén o esclavo del mercado que lo asfixiaba, profundamente dañado en un aspecto esencial de su estructuración subjetiva: la dignidad del sujeto”.
La declaración de los Derechos Humanos ya había reconocido a la dignidad como fundamento de la libertad, de la justicia y la paz en el mundo. Por eso se convirtió en una de las emblemáticas consignas durante las marchas: “hasta que la dignidad se haga costumbre”. Las manifestaciones de los estudiantes en 2019 dieron origen a los reclamos acumulados durante los 30 años desde el retorno de la democracia, a partir de la cual -en complicidad con la dictadura que la antecede- se ha instaurado un sistema privado para solucionar muchas de las demandas sociales. El estallido social dio comienzo a un sinfín de quiebres con este modelo de representación neoliberal. Las relaciones que se articulaban bajo este orden social, basado en un Estado subsidiario, comenzaron a colapsar. El pueblo había despertado y ya no había tiempo ni espacio para continuar de esa manera. Es inevitable que estas representaciones tengan que cambiar, producto de todo proceso social e histórico que se va reconfigurando. Y la elección del 4 de septiembre es parte de todo esto.
Y ahora, tras esta última batalla, una de las más importantes, estamos ante un gran vacío, un quiebre con la continuación de un proceso que creíamos más sólido de lo que terminó siendo. Un titular de la Revista Anfibia advertía ante el resultado del proceso constituyente: “Estamos en shock”. Inevitablemente, lo relacioné con la doctrina de Milton Friedman, que venía a producir una dislocación con la realidad. Este resultado produce una sensación de duelo, como diría Freud, de un objeto perdido, que no encuentra una representación ni identificación en la realidad, porque lo lógico, lo verosímil, no existe en este caso. Se había perdido la representación de nuestra lucha social a través de una nueva constitución.
No se trata de cualquier derrota. Significa dilapidar la oportunidad de conformar un nuevo pacto social, pensado con paridad de género, derechos medioambientales, plurinacionales, sociales. Hay quienes afirman que el texto constitucional era demasiado vanguardista para la realidad chilena. También están quienes matizan aclarando que muchos chilenos no se sentían representados ¿Acaso se puede -de un día para otro- garantizar todos estos derechos a un pueblo que no está acostumbrado a verse como actor y gestor de su propio destino? ¿Cómo podría sentirse representado si durante mucho tiempo construyeron su realidad bajo los términos de un modelo que ha sido incapaz de garantizar la protección de la dignidad humana? Se trata de una “pauta” naturalizada que no desaparece de un día para otro, ya que cuesta dejar lo conocido, lo “seguro”. Se prefiere un statu quo antes de lo desconocido.
Asimismo, al margen de la incertidumbre que marcó la propuesta progresista, el nuevo panorama que se avecinaba asustó a muchos que no tuvieron las herramientas para poder abrazar dichas ideas. Hay también cierta responsabilidad en quienes tenían que salir a explicarlas, el mismo gobierno de Gabriel Boric, los convencionales y los partidos políticos. No hubo una fuerza mancomunada que generara las condiciones para que la sociedad comprendiera su importancia y relevancia dentro del proceso político. Esto fue un caldo de cultivo para el fatídico resultado.
¿En Chile se habrá naturalizado el maltrato? La comuna de Petrorca, en Valparaíso, donde triunfó la opción “Rechazo”, es uno de los lugares de Chile que sufre más escasez hídrica. La nueva propuesta constitucional iba a consagrar el derecho del acceso al agua como bien común, en lugar de la privatización sobre los derechos de aprovechamiento de aguas ¿No se dieron cuenta o hubo una desinformación?
Enciendo la tele y veo adherentes del rechazo que celebran. Imágenes contradictorias nuevamente. Una integrante de la comunidad LGBTI, que afirma con orgullo y satisfacción su adherencia al rechazo. Un venezolano en un auto exclamando que viene del futuro como Marty McFly, repitiendo hasta el hartazgo que en Venezuela se vive en una dictadura y que por eso en Chile debemos rechazarla. No se pregunta dentro de su alucinación si la nueva constitución era más inclusiva o si la vieja podría tener ciertos resabios nacionalistas. Probablemente mucha gente, antes de leer con detenimiento las diferencias sustanciales entre ambas constituciones, se haya dejado influenciar por los mensajes de los medios hegemónicos (¿les suena familiar?).
Algunos medios como The Economist incluía en su título “Triunfa el sentido común con los chilenos rechazando una nueva constitución”. En esa misma línea, Mauricio Macri tampoco se quedó atrás y para el gran diario argentino “Prevaleció la sensatez”. Con cierto regocijo, los medios del círculo rojo buscaban en Argentina reacciones que festejaran y se hicieran eco tras el triunfo del “No”. Suena raro que ahora utilicen el “No”, el mismo que era la declaración de rechazo más precisa y contundente de 1989, para que Pinochet dejara el mando de un poder que había usurpado ilegítimamente. Pero ya sabemos cómo operan los diarios y los medios en general.
No sé si todo tiene que ver con todo, pero ahora pienso que se podría establecer cierta conexión entre lo que sucedió de un lado y el otro de la cordillera, como si hubiera un retroceso en todo el Cono Sur. En Argentina, por todo el odio que se genera desde hace tiempo alrededor de Cristina Fernández con el corolario del intento de asesinarla. Y en Chile, el retroceso a una constitución que podríamos haber superado hace mucho tiempo. Hay denominadores comunes, como los medios hegemónicos fogoneando el desprecio por la vida acá, generando más violencia, y allá las mentiras de los medios chilenos para mantener esa constitución infame. Sin dudas El Mercurio y la mayoría de los canales de televisión chilenos aprovecharon la falacia del slogan de la derecha: “Rechazar para reformar”, ya que en realidad su único objetivo era seguir con la constitución vigente.
A esto le sumamos el miedo y el espíritu conservador que tiene Chile. El odio y debilitar la democracia parece que van de la mano. Sus argumentos son la consecuencia de las mentiras difundidas en los medios de comunicación. Un ejemplo de ello es que la constitución incluía el proyecto de la casa digna, reemplazándolo por el de la casa propia, convirtiendo este artículo en un derecho humano. Chile no reconoce esta garantía en la constitución vigente. En la propuesta, incluía que el Estado debía velar por ello. A una gran parte de la población le hizo ruido porque surgió la idea -fogoneada por los grandes medios, cuándo no- de que el propio Estado adjudicaría estos beneficios a su círculos más cercanos y expropiaría la vivienda propia a mucha gente. Esta sospecha no tiene un anclaje en el texto de la reforma constitucional, pero eso poco o nada importó para el electorado: en la era de la posverdad, lo que repiten como loros los noticieros supuestamente independientes debe ser lo que sucede o algo por el estilo.
La única verdad es la realidad, decía Juan Domingo Perón. Y la realidad es que hemos perdido una gran oportunidad de iniciar un cambio profundo. Porque los cambios verdaderos son los que surgen del pueblo. Ojalá tomemos conciencia de ello y podamos revertir pronto un escenario que ahora se hace más cuesta arriba. De nada sirve tener un presidente más progresista si luego le atamos las manos cuando intenta favorecer las condiciones para que nazca una nueva forma de hacer política.
Empecé reconociendo que Dios es argentino, pero ahora, tras leer los últimos titulares de Clarín y La Nación, dudo de ello. Tampoco creo que sea chileno. Ya no importan las nacionalidades, dudo de su existencia. No nos va a salvar un dios, un mesías ni un superhéroe. El otro día, se viralizó la imagen de un pequeño Superman que daba vueltas alrededor de un presidente jaqueado que no fue debidamente escuchado. Como bien sabemos, ese Superman era un niño que simplemente estaba jugando. Pero en nuestro imaginario sigue vigente la idea de un superhéroe que vendrá a salvarnos. Por más poder que le asignemos a un presidente o a un superhéroe, de nada servirá si luego escondemos la cabeza como avestruces en lugar de poner lo que hay que poner en las urnas para que seamos artífices de un verdadero cambio en nuestras vidas y en nuestro sufrido país.