Argentina tuvo 144 cancilleres desde Bernardino Rivadavia en 1822, pero ningún argentino trascendió todas las fronteras físicas y culturales del planeta como Diego Armando Maradona.
Además de ser el mejor futbolista de la historia, la personalidad de Maradona le permitió penetrar como ningún otro outsider en la política internacional. Cuando regresó a Boca en octubre de 1997 lo hizo con el tatuaje del rostro del Che Guevara en su brazo derecho. Años después se tatuaría en su pierna izquierda a Fidel Castro, a quien llegó a mencionar como su “segundo padre”.
Desde 1995 Diego decía que quería irse a vivir a Cuba porque Argentina estaba “muy mal” y había “mucha hipocresía”. Pero la estrecha relación entre Maradona y el líder de la revolución cubana se inició cinco años después, durante la rehabilitación de las drogas que hizo en el resort La Pradera, en La Habana. Diego volvió al mismo hotel para otro proceso de rehabilitación en 2005. Fidel Castro lo llamaba por teléfono y lo consideraba como un hijo. Por esos antojos insólitos del destino, Maradona murió un 25 de noviembre como Fidel, que falleció ese día en 2016.
El Diego se enteró de la muerte de Fidel en Croacia, donde asistió la final de la Copa Davis que ganó la Argentina por primera vez y viajó a Cuba de inmediato para participar de los funerales.